sábado, 17 de agosto de 2013

El calabozo

¿Por qué la vida fue con ellos tan injusta? ¿Por qué será que los empujaron al abismo y los obligaron a crecer en un minuto? Desde la seguridad de nuestras casas, inmersos en un plato de comida abundante y arrullados por las frazadas calientes de nuestras camas, no logramos entender que están afuera, pero no gozan en realidad de una verdadera libertad.

Porque no es libre un ser que carece de educación, de valores y principios. No es libre una persona que no tiene herramientas para discernir entre lo que está bien y lo que está mal. No es libre el despojado de sus derechos, ni la criatura que camina sola en la calle en plena madrugada, cuando debería dedicarse a ser un niño.

Si a ellos se los desprotege, se los abandona, se los margina, se los discrimina, se los señala como culpable inclusos cuando el mundo sabe que son inocentes. ¿Por qué no habrían de actuar en consecuencia de ello? Su existencia es una celda eterna, donde la salida no existe o es desdibujada adrede. El Estado en todas sus formas posibles, les grita en la cara que a nadie le importan, porque poco se hace por ellos y lo que se hace no alcanza. Entonces, si no le interesan a nadie, ¿por qué habrían de interesarse por los otros?

Como sociedad y de una vez por todas, tendríamos que dejar de prejuzgar, para empezar a accionar. Porque si  no existe una decisión política, real y certera, que pretenda generar un cambio, que preserve la niñez y que piense en nuestros niños como futuro, entonces estamos perdidos. Si no sacamos a los más desprotegido, de su eterno calabozo, tampoco seremos libres.


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