¿Por qué la vida fue con ellos tan injusta? ¿Por qué será
que los empujaron al abismo y los obligaron a crecer en un minuto? Desde la
seguridad de nuestras casas, inmersos en un plato de comida abundante y
arrullados por las frazadas calientes de nuestras camas, no logramos entender
que están afuera, pero no gozan en realidad de una verdadera libertad.
Porque no es libre un ser que carece de educación, de
valores y principios. No es libre una persona que no tiene herramientas para
discernir entre lo que está bien y lo que está mal. No es libre el despojado de
sus derechos, ni la criatura que camina sola en la calle en plena madrugada, cuando debería dedicarse a ser un niño.
Si a ellos se los desprotege, se los abandona, se los margina,
se los discrimina, se los señala como culpable inclusos cuando el mundo sabe
que son inocentes. ¿Por qué no habrían de actuar en consecuencia de ello? Su
existencia es una celda eterna, donde la salida no existe o es desdibujada adrede.
El Estado en todas sus formas posibles, les grita en la cara que a nadie le
importan, porque poco se hace por ellos y lo que se hace no alcanza. Entonces,
si no le interesan a nadie, ¿por qué habrían de interesarse por los otros?
Como sociedad y de una vez por todas, tendríamos que dejar
de prejuzgar, para empezar a accionar. Porque si no existe una decisión política, real y
certera, que pretenda generar un cambio, que preserve la niñez y que piense en
nuestros niños como futuro, entonces estamos perdidos. Si no sacamos a los más
desprotegido, de su eterno calabozo, tampoco seremos libres.
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